Película: Don Lucio y el Hermano Pio (1960)
La religiosidad popular tiene en las capillas domiciliarias o portátiles una de sus manifestaciones. Se trata de una práctica que, posiblemente, tenga sus orígenes en la actividad evangelizadora de la orden franciscana, dada la posibilidad que ofrecía para su transporte por su pequeño tamaño.
Esta costumbre, que se consideraba favorecía la protección del hogar, cumplía otros objetivos, como eran difundir la fe cristiana e incrementar la devoción; popularizar ciertas imágenes y fomentar un entorno familiar cristiano, uniendo en la oración y en la piedad a sus miembros e, incluso, a los vecinos, además de recaudar fondos para la parroquia. En este sentido, cabe señalar que ningún otro objeto podía completar la devoción particular de manera tan perfecta como las capillas domiciliarias, más aún si se tiene en cuenta que no todas las familias podían contar en sus casas con imágenes. Así, frente a las residencias más pudientes, que tenían sus propios espacios de culto, de mayores proporciones y calidad artística, las más humildes se beneficiaban del tránsito de estas representaciones, disfrutando de su presencia para darles culto de forma particular e íntima.
Tradicionalmente, las capillas domiciliarias se componían de una caja o urna de madera en la que se incluía la imagen, en función de advocaciones diversas, la relación de treinta fieles y una hucha para depositar las limosnas; en ocasiones, la acompañaba un libro de oraciones, o bien una oración que se incluía en una de sus puertas.
El ritual asociado a esta tradición consistía en lo siguiente. El traslado se realizaba por la tarde-noche, de modo que todos los miembros de la familia se encontraran en casa. Entonces se colocaba en un lugar destacado, se abrían las dos puertas y el frontón, se la rodeaba de velas y se procedía a realizar la oración de recibimiento, así como las propias de la advocación de la capilla. Pasadas 24 horas, todos los presentes se despedían de ella hasta el siguiente mes con varias oraciones y, como ofrenda de agradecimiento, depositaban unas monedas en la ranura habilitada para ello en la base de la capilla.
Este tipo de prácticas perviven aún en la actualidad, en diferentes localizaciones de Centroeuropa, Hispanoamérica y España. Existe una persona que es responsable de la capilla en todo momento: se encarga de buscar a los vecinos que van a recibirla en sus domicilios, así como de revisar y renovar esa lista si hiciera falta; de limpiarla y prepararla y, en caso de que no llegue a su destino, de buscarla para que continúe el tránsito establecido. Además, recogen el dinero y lo llevan a la parroquia para invertirlo en un fin determinado.
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