«Los relatos que están en el origen de la cultura navideña son literatura subversiva, una visión desde abajo que denuncia el orden romano y la teología imperial que lo legitimaba»
(EL Correo 24.12.10 - RAFAEL AGUIRRE)
Las fiestas de Navidad de la sociedad occidental reflejan que la grandeza y la miseria del cristianismo residen en la enorme capacidad de generar cultura que tuvo. En efecto, esta fe religiosa, desde sus orígenes, quiso penetrar en las estructuras sociales y, pronto tras muchos avatares, se convirtió en la ideología que empapó y sostuvo un imperio. La enculturación de la fe implicaba su extensión y, a la vez, una cierta despersonalización: en ella se socializaba la población, que asumía así los valores y ritos de la Iglesia, pero la presión social hacía innecesaria la conversión personal para declararse creyente. La enculturación del cristianismo llegó, incluso, a algo decisivo en toda sociedad, a la configuración de sus celebraciones y del mismo calendario que regulaba el paso del tiempo. A partir del siglo VII se impuso el calendario cristiano y el ritmo del año se jalonó según la liturgia de la Iglesia. El punto de partida fue la celebración de la muerte y resurrección de Cristo, datables porque habían sucedido durante la Pascua judía. Pero ¿cuándo celebrar el nacimiento de Jesús, cuya fecha se ignoraba totalmente? El proceso de enculturación dio un paso más y el solsticio de invierno, en que se celebraba al 'sol invictus', porque los días comenzaban a alargarse, se convirtió en la fiesta del nacimiento de Jesús, verdadera luz del mundo. Es decir, una celebración vinculada al ritmo de la naturaleza y de honda raigambre fue asumida por el cristianismo que en torno al nacimiento de Jesús fue desarrollando una cultura riquísima, con expresiones artísticas muy elevadas, pero también con una muy especial capacidad de calar e impregnar la vida social con múltiples manifestaciones populares. (Seguir leyendo en El Correo)
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